Julian era un chico normal y corriente, como cualquier otro de los que vivían en el pueblo. Bueno, en realidad sí que tenía un rasgo que lo diferenciaba de los demás, y es que había heredado de su abuelo una malformación en la zona del cráneo.
No obstante, se trataba de un pueblo muy pequeño, donde su familia siempre había vivido, por lo que todo el mundo ya estaba acostumbrado y nadie reparaba en este pequeño inconveniente.
El problema llegó cuando el padre falleció y la familia se vio obligada a desplazarse a la ciudad con otros familiares, ya que de otro modo no iban a poder subsistir.
Julian tuvo que cambiar de colegio, y su protuberancia craneal se convirtió en motivo de mofa por parte de sus compañeros. Le hacían la vida imposible, y Julian ya no podía más. Dejó de ir al colegio y se empezó a cerrar en sí mismo, pero la madre se enteró y tuvo que volver a las clases. A partir de ese momento, las burlas aumentaron cada vez más, y Julian no sabía ya por dónde salir, hasta que un día decidió que ya no podía más y se arrojó por el puente del río. Falleció al instante, pero lo que todavía quedaba vivo era su espíritu, el cual vagó por la ciudad durante años y fue vengándose de forma macabra, uno a uno, de todos los chicos que lo despreciaron