Debajo del árbol se estaba bastante bien, pero ya estaba empezando a oscurecer y había que volver de nuevo a casa. Costaba levantarse, porque había estado varias horas durmiendo en medio del campo, pero si llegaba tarde, su madre se empezaría a preocupar.
El camino de vuelta a casa se hizo más lento de lo que se esperaba, y la noche seguía cayendo, pero él seguía guiándose bien y sin problemas. Era curioso, ayer ya había pasado por aquí y a estas mismas horas tenía que encender la linterna. Bueno, mejor así, porque al parecer la linterna se había caído en algún sitio, porque no la encontraba por sus bolsillos.
Aproximadamente a mitad de camino se llevó una grata sorpresa; la de veces que había caminado por el lugar, y era la primera vez que se cruzó con un zorro y pudo acercarse lo suficiente. El zorro lo miraba impasible, sin miedo, pero cuando llegó a estar a apenas 20 centímetros de poder acariciarlo, salió disparado dejándolo atrás.
- Qué buena historia para contar mañana en el colegio.
Pensó Carlitos para sí…
- Pero espero que la profesora no nos mande ahora un trabajo relacionado con el asunto.
Y es que su profesora aprovechaba cada experiencia vivida por los pequeños para pedirles un trabajo relacionado con ella.
El caso es que cada vez estaba más cerca. Por fin llegaba a la puerta de su casa, porque ya tenía ganas de cenar. Seguro que su madre se iba a enfadar con él por llegar a estas horas.
Cuando entró en la cocina se encontró con que no había nada de cena, y al dirigirse al salón pudo ver a su madre sentada en el sofá abrazada por mis tíos. Al ponerme delante para ver qué pasaba, fui consciente de que ellos ya no me veían, y empecé a recordar que donde me quedé dormido fue en una de las ramas del árbol, y eso es lo que me convirtió en lo que soy ahora.