Tampoco iba a pasar nada porque Juan llegase un poco tarde a la fiesta. Al fin y al cabo, ya estaba cansado de ser siempre el primero en llegar y tener que estar esperando a todo el mundo incluso hasta horas en algunas ocasiones.
Este pensamiento hizo que Juan se tomase el camino con tranquilidad, sin prisas, al fin y al cabo, cuando él llegase ya estaría preparado todo y podrían empezar a disfrutar de su cumpleaños.
Por el camino se preguntaba incesantemente qué regalos le harían sus amigos, y cuantos caerían. Aunque lo cierto es que a Juan no le hacía demasiada gracia que otros le diesen sorpresas, pero la verdad es que el gesto era lo que más le fascinaba; ver a sus amigos preocupados los días anteriores por el fallecimiento de Carlos le había llevado a estar triste, pero ahora ya todo cambiaría.
“Cuando llegue…”, se decía a sí mismo, “… seguramente tendrán preparada alguna camparta como ya le hicieron a Julián hacía unos meses. Seguro que va a ser una fiesta que nunca voy a olvidar”
Y Juan no se equivocaba, no, porque cuando llegó al lugar de reunión con sus amigos y abrir la puerta, vio como uno a uno, todos sus amigos estaban convertidos en fantasmas.