Esta es la historia de Melanie, de cuando se perdió en el bosque y de los sucesos extraños que le acontecieron allí:
El motor hacía su continuo sonido de como una cólera en las entrañas del vehículo que iba avanzando. Hasta que de pronto, con sus grandes ruedas todoterreno se detuvo. Se escuchó una puerta abrirse, y luego el portazo al cerrarse. Por debajo del vehículo se veían los pies de una niña pequeña que llevaba vestido, que acababa de bajarse. Un hombre más alto, que iba vestido formalmente, se agachó hasta su altura, para susurrarle al oído:
-Ahora te quedarás en este lugar. Y nunca revelarás lo que sucedió.
Ante la voz de hostilidad y de amenaza, la niña dirigió su inocente mirada. El hombre de las gafas negras no mostró ningún sentimiento de compasión y subió al vehículo, donde lo esperaba su compañero. Arrancó el motor, se encendieron las luces y entonces el todoterreno se alejó por los fangosos suelos. La niña soltó unas pequeñas lágrimas de sus grandes ojos y sus labios temblaron. Entonces comprobó que había quedado a la intemperie y desprotegida. Cuando ya el vehículo se había ido hacía un gran rato –y no iría a volver- supo que tenía que buscar un lugar donde ponerse a salvo. Entonces tras ella vio un cercado, el cual escaló con dificultad, hasta que estuvo del otro lado, y se encontró internada en un oscuro bosque.
Un escalofrío la dominó. No podía ver siquiera la palma de su mano, y se sentía acechada en la oscuridad. Las gruesas copas de los árboles le tapaban el cielo. Caminó y las hojas crujían cuando las pisaba. Algo estaba al lado de ella entonces, y le tomó la pierna. La niña se asustó y retrocedió instintivamente.
-Ven acá niña, por favor… -le dijo la voz agotada de un hombre. Melanie lo observó entre la oscuridad: Estaba tumbado y parecía incapaz de moverse. Llevaba ropa de trabajo:
-Me llamo Michael, ¿cuál es tu nombre? –estaba echado como un vagabundo. Tenía los cabellos desordenados y la corbata desajustada.
-Melanie es mi nombre –respondió la niña. El hombre asintió
respondiendo y le dijo:
-Por lo que se ve no podré salir de este bosque en un rato. Toma esto mejor niña; prepárate, te servirá más que a mí –y le entregó una linterna. Melanie la sostuvo sobre sus manos y la encendió. Pudo alumbrar del todo al hombre, que parecía inofensivo, pero aun así le generaba una constante sensación de inseguridad.
-Ahora ve, niña, que no puedes quedarte en un mismo lugar todo el tiempo en este bosque –le aconsejó Michael, pensando que para él, por lo menos ese consejo no iba porque era un hombre que no podía moverse –quedando así indefenso-, y ya importaba poco lo que le sucediera con su vida-. Ahora otra cosa niña, si los ves, no los recojas.
-¿Qué cosas? –preguntó la niña con ingenuidad.
-Lo único que puedes encontrar en este bosque: unos dibujos. Es lo único que te puede dar pistas niña, pero no vayas a tomarlos. Puedes encontrarte además con otra cosa, pero por Dios espero que no te encuentres con él. Yo sé esto, porque vi los dibujos… –el hombre bajó la mirada, poniéndose a pensar, como si tuviera un arrepentimiento sobre lo que había hecho- Lástima que mi curiosidad me ganó, y tomé algunos. Entonces sentí que algo me seguía. Lo vi, y corrí tan rápido que tropecé y me quebré el tobillo.
-¡Auch! –gimió de espanto Melanie y retrocedió instintivamente. El hombre se quedó mirándola, con lástima, sin ya nada que decirle, entonces ella fue desapareciendo poco a poco, a medida que a él la oscuridad se lo tragaba.
Desprotegida, solitaria, avanzó por el bosque dirigiendo la linterna por el sendero. Cuando se sentía triste y anhelaba volver a un mundo cotidiano –quizá su hogar- miraba hacia el cielo y se consolaba mirando la tonalidad marrón del vestigio de una tarde y las danzantes estrellas. Cada paso que daba sobre la seca tierra la delataba, y los grillos se dejaban escuchar y una que otra vez algún búho que jamás se dejaba ver. No tardó mucho internándose entre los árboles, hasta que se encontró un tronco frente a ella. Iluminó con la linterna y como había esperado, aquel trozo de papel que tenía adherido era un dibujo, el cual tomó y examinó:
Eran muchos colores de lápices cera abigarrados, pero se podía distinguir lo que allí se había intentado representar: Aparecía una larga casa de fondo y unas siluetas de unos niños todos tomados de las manos, gritando. Entonces eran inmediatamente cubiertos por unas manchas rojas, que eran el fuego que tapaba casi todo el dibujo. Parecía un escenario siniestro, demostrando mucho sufrimiento. Melanie viendo el dibujo, sentía un leve dolor de cabeza que comenzaba a brotarle desde lo profundo de su cerebro, que se veía, podía tornarse intenso. Entonces se decía:
-Me pregunto si el dibujo estará causándome este dolor… -y lo apartó. Pero cuando lo miraba, imágenes difuminadas como recuerdos venían a su mente. Además, comenzaba a sentir un calor inmenso subiendo por su cuerpo, como si se tratara de un presentimiento. Tan mal le hacía, que no podía haber mirado el dibujo por mucho.
Pero era evidente, que el bosquejo había querido señalarle algo, y aunque lo dejó allí tirado, se imaginó que en el bosque habría más de ellos y emprendió su camino entre los imponentes árboles, en pos de encontrarlos.
Luego de un rato caminando, llegó hasta una especie de estructura en forma de pilar, color escarlata, hecha de un material duro que desconocía, y que se alzaba a los cielos estrellados. ¿Qué hacía aquella estructura allí? se preguntó, porque parecía nada tener que ver con el bosque. Pero lo que la llevó a investigarla, era que desde lejos se veía un dibujo también en ella. Melanie despegó el dibujo, de este tipo de extraña columna y lo examinó, concentrada. Esta vez lo que mostraba era diferente: Una palabra, “Ayúdame” y el boceto inocente de un niño pequeño mal dibujado, con una expresión de horror ante algo, que posiblemente había tenido frente a él.
A Melanie el dibujo de esta vez no le produjo efectos como el anterior; nada de calor ni de tener la sensación de recordar algo lejano, sino que éste, directamente, le produjo el estremecimiento de un escalofrío, al sentir el miedo o la desesperación del momento que el dibujo retrataba. Teniendo todavía el dibujo en manos, se fijó como aquel escalofrío en vez de decaer, aumentaba, y empezó a sentirse insegura. Entonces su corazón comenzó a inquietarse de una forma cada vez más violenta, hasta que sentía los latidos como secos golpes en su pecho.
Tras eso, vio una fuente de luz entre unos árboles, dentro de aquel inmenso bosque opaco. Llegó corriendo, apremiada por el susto de los nervios, hasta una pequeña habitación de madera. Afuera del reducido lugar había una vieja silla mecedora, todavía balanceándose. Melanie entró a la pequeña caseta para averiguar si es que había otro dibujo, que le causara una sensación parecida a las anteriores. Sobre todo porque el primero de ellos, la había intrigado. Sintió como si por un segundo, iba a recordar algo importantísimo, y luego no.
Pero dentro no había nada. Melanie de tan sólo nueve años, salió de allí desilusionada, inmensamente triste y con desesperados deseos de volver a un lugar familiar. Entonces tuvo un presentimiento fuertísimo e inequívoco, de que tenía a alguien, precisamente tras de ella. Tan segura estaba, que sintió un fuerte miedo previo a voltear. Y cuando lo hizo, maldito el momento en que sintió tanto pavor, porque al darse vuelta, vio una sombra altísima, alguien vestido de negro, con una cabeza blanca como un muñeco y un rostro vacío, sin rasgos faciales, delgado; era como algo de otro mundo. La inquietud que sintió Melanie era casi indescriptible. Se gritó para sus adentros: “¡No puede ser, este sentimiento no puede estar equivocado! Es… ¡Slenderman!
Sintió que se iba a ir de espaldas del susto y que la tierra la iba a recibir para dejarla como una presa fácil. Pero en ningún caso eso era una posibilidad ahora que no fuera a evitar y partió corriendo por su vida, con lágrimas que se las arrebataba el viento y sembraba a su paso, tan asustada, pero nunca, por su propio bien, mirando atrás del todo. Sólo de reojo, para ver cuánto peligraba su bienestar.
Melanie después de un rato, sintió que sus pulmones no daban más y se detuvo a descansar, con un corazón que parecía querer estallarle en el pecho, luchando para no caerse a la tierra, extenuada. No podía creerlo. El demonio aquel, ese ser paranormal, Slenderman, parecía haberse quedado atrás. Pero sin duda volvería. Todo su aspecto infundía un terror en ella, que ninguna otra cosa era capaz de suscitar. Dicho ente, poseía una apariencia de forma que podía acechar a sus víctimas con el más efectivo nerviosismo puro, psicológico. Siempre vigilaba.
Siempre estaba atento, escondiéndose entre los árboles, en la oscuridad que yace en los bosques, llevándose a los niños pequeños que se alejaban jugando solos. Era muy alto, llevaba un traje negro y una corbata, y sus miembros podían estirarse a la distancia que definiera su voluntad, y a veces de su espalda, cuando más aterraba a sus víctimas, surgían unos tentáculos de pesadilla. Nadie conocía sus pies tampoco, en las historias en que se mencionaba su aparición, pues era como si incluso flotase sobre la tierra. Toda su apariencia lograba hacer perder el control total a los desdichados a quienes elegía como sus presas.
Faltándole el aire, llegó después Melanie a otro sector del bosque. Era muy difícil encontrar caminos, y los cientos de árboles que había la perdían más y más. Pero ahora, había llegado hasta un sendero, abierto entre hileras de árboles a los lados y un escándalo de hojas y ramas. El sendero estaba marcado por delgadas columnas, que tenían diminutas llamas en sus puntas. Estaba todo adornado, como si ese camino se quisiese hacer notar en el bosque. Ahora era el único espacio de luz que se contemplaba en toda la oscuridad. Melanie avanzó, por esa senda de cemento adornada con pequeñas piedras incrustadas y sin embargo, todavía sentía que era seguida.
-Por favor Dios, protégeme… -se dijo. Iba muy atemorizada. Avanzó por ese peculiar sendero abierto en el bosque y se imaginó encontrando una salida. Pero al parecer el camino por el que iba no llevaba a ningún lugar, más que otra vez adentro del bosque.
Pasaba por un complejo muro de hojas, cuando vio un dibujo ahí adherido. Lo retiró, con manos temblorosas, y se puso a contemplarlo. Pero en ese momento, la sensación de ser seguida se intensificó.
El dibujo, mostraba los interiores de un rústico hogar viejo de madera. Justo a la salida, aparecían los deformados dibujos de unos niños corriendo y otros, todavía dentro. Las llamas arrasaban. Había una niña con vestido, horrorizada como el resto y al verla, Melanie con pavor se sintió asaltada por un obvio recuerdo que ahora le daba sentido a todo: No podía ser; el lugar en el dibujo era su orfanato, que se había incendiado. Recordaba que había visto cadáveres chamuscados; todos los niños habían muerto. Excepto ella, que había caminado entre las ruinas. Entonces continuó recordando:
Luego, se había detenido un automóvil largo y negro frente al orfanato destruido. Dos hombres bien formados se habían bajado y la habían tomado a ella por los brazos. Le susurraron al oído: “Nunca revelarás lo que pasó aquí. Según lo que se dirá, no hubieron sobrevivientes”. Luego la transportaron en el vehículo, hasta haber llegado al bosque. Ahí la habían dejado, y uno de ellos le había dicho nuevamente al oído: “No saldrás nunca de aquí, quedarás para siempre abandonada en este bosque”. Luego ambos hombres se habían ido en el transporte. Ahora Melanie lo recordaba todo y amargas lágrimas brotaban de sus ojos.
Miró el dibujo de nuevo. Se dijo:
-Entonces, el orfanato, las llamas… Mis compañeros de cuarto muertos, los hombres… No quieren que diga lo que sucedió, y ahora me han dejado aquí… -recordó además, que en sus días anteriores en el orfanato, había visto una foto en blanco y negro de unos ex niños de ese lugar de desamparados, que aparecían en el bosque y muy en el fondo, entre unos árboles, aparecía la silueta de Slenderman asomándose, el espectro que ahora la atormentaba. Ahora podía reconocerlo. Ahora recordaba todo, pero antes, el incendio del orfanato había cerrado su memoria.
Se estremeció ante esta sensación de seguridad, y dejó el dibujo tirado. Habían muchos más dibujos en el bosque que le darían pistas, pero prefirió no ir por ellos. Ya sabía lo que se suponía había debido saber.
Después sintió tan fuerte la sensación de ser seguida, que estuvo segura de tener una presencia justo atrás de ella. Volteó violentamente entonces, y vio el pálido rostro del fenómeno Slenderman. Entonces le dolió enormemente la parte ubicada entre ambos ojos y sintió que veía borroso. Cayó al suelo pero se levantó al instante y salió corriendo, procurando no mirar nunca más atrás. Pero él la venía siguiendo. Extendió sus tentáculos hasta el punto de atraparla. Pero Melanie recorrió todo el camino en el que estaba, y al final optó por meterse entre unos frondosos arbustos, y así se salvó. Caminó perdida, y miró atrás, pero ese demonio de traje ya no estaba. Una hora después de caminar agotada, miró por casualidad hacia atrás y lo vio muy a lo lejos, todavía siguiéndola. Entonces ella corrió por su vida.
Melanie llegó por fin hasta el principio del bosque, porque creyó reconocer el lugar donde ahora había ido a parar. En esta parte había menos árboles que la cantidad que había tras ella, y con la linterna fue iluminando, hasta que descubrió la parte donde, cuando había llegado al bosque, había estado tirado un hombre, Michael, quien le había entregado la linterna. Él ya no estaba. En su lugar sin embargo, había dejado una nota. Melanie se acercó a leerla:
“¿Has descubierto su presencia? En este bosque uno nunca está solo, siempre él está mirándote. A mí también me ha atrapado. Ahora he desaparecido. Ya se ha percatado de mi presencia y dentro de poco seré su presa... Cuidado con Slenderman, Melanie”.
Melanie tiritó. Estuvo segura que entonces Slenderman estaba justo atrás de ella, pero no se atrevió a voltear. Las piernas le temblaban, y echó a correr a toda prisa. Iluminó con las últimas baterías de su linterna que le quedaban y contempló la reja que cerraba el bosque a su frente. Usó todas sus fuerzas desesperada por salvar su vida, para trepar. En ese instante quiso llegar como pudo de un gran salto encima de la reja, porque ya estaba segura de que Slenderman estiraría un tentáculo y la atraparía. Gracias a Dios pasó al otro lado y cayó sobre la tierra dándose un fuerte golpe. Quedó allí en posición fetal, devastada y llorando. Por lo menos ya el bosque estaba del otro lado de la reja y el peligro ya no podía alcanzarla.
Ahora cuando se recuperara esperaba volver a su hogar, si es podía vencer a su temor y el cansancio de sus piernas en la amenazante noche. Sabía que el vehículo negro de los hombres que la habían traído no iría a volver y que por sí misma debía encontrar un nuevo lugar ahora donde estar.
“Cuidado en el bosque, él siempre está mirando entre los árboles y está esperando a presas como tú, que sabe que le temes…”.