Seguidamente vamos a contar una leyenda urbana cuyo origen es bastante antiguo. Se trata de la historia de unos gemelos pequeños que eran conocidos en el pueblo por ser bastante traviesos. Esto les había hecho tener muchos problemas con algunos de los habitantes.
El caso es que estos gemelos se enteraron un día de que uno de los vecinos había fallecido. La curiosidad de los niños le hizo dirigirse a la casa del difunto para ver el cadáver de cerca. Al llegar no había nadie, y tan sólo se podía observar el ataúd en la habitación contigua a la del fallecido.
Los pequeños se acercaron al cuerpo y se dispusieron a curiosear; era la primera vez que veían algo parecido.
Cuando ya llevaban un rato curioseando el cadáver, de repente escucharon voces en la entrada de la casa. Se trataba del herrero y del párroco, dos personas con las que los pequeños ya habían tenido sus roces en el pasado. El caso es que para que no los viesen decidieron meterse dentro del ataúd y cerrarlo. Al ver el féretro cerrado, el párroco y el herrero pensaron que ya alguien había metido al fallecido en el mismo, por lo que procedieron a sacarlo. Debido al miedo de los pequeños a estas personas, decidieron no salir hasta tarde, pero al final fue demasiado tarde.