El dios Volk y el Dairu
Volk, el gran dios de los salvaje no podía soportar el dolor y la agonía de tantas almas por culpa del dios oscuro, invadido por la furia y clamando venganza bajo del reino de los dioses a ayudar a los demás a detener a esa oscuridad que acabaría con Azaran, sabiendo que su incursión en Azaran le dejaba con una condición de mortal se arriesgó.
Mientras Morgoth se asentaba en lo que un día fue un paraíso, tomando posesión de sus tierras, y sus siervos los demonios proliferaban, enfrentándose a los últimos reductos de resistencia ofrecidos por los guerreros de las 6 razas, una nueva fuerza paso a formar parte de la contienda.
Después de 15 años los pocos poblados que estaban a los límites del dominio de Morgoth fueron cayendo uno por uno pero extrañamente empezaron a surgir rumores sobre un extraño ser de largos cabellos blancos e insólitos ropajes que había sido visto portando una gran espada en los lugares más castigados por la plaga demoniaca. Pocos fueron los que lograron ver su rostro, pero aquellos que lo habían visto hablaban de una cara de tristeza y consumida por el dolor, sin decirlo en alto no fuera evaporarse la esperanza, que había librado a más de algún lugar de la amenaza pero la historia más sonada fue la de la anciana y su nieta.
La abuela había perdido a toda su familia en las montañas al ser atacados por una terribles bestias humanoides, todo garras y colmillos. Ella y su nieta habían podido salvarse gracias a su anciano marido, que las había encerrado en un lugar secreto de su casa. A la mañana siguiente anegada por el dolor de la muerte de su esposo, partió en dirección a la ciudad en busca de refugio. Pero era una mujer anciana que no podía marchar a gran velocidad y, a pesar de sus esfuerzos, la noche la sorprendió en el bosque. Atemorizada, sabía que aquellos horribles seres la seguirían para acabar con ella y, lo que la asustaba más aun, con su pequeña nieta. Rodeada por la oscuridad y guiada por la escasa luz de la luna que atravesaba los bosques, llego a un claro. Un escalofrió de terror recorrió su columna vertebral, dejándola paralizada, al observar la espesa negrura que rodeaba los árboles. El momento que tanto temía había llegado.
Horrorizada, vio surgir poco a poco de la oscuridad a los seres que habían acabado con quienes lo habían sido todo para ella. Y ahora iban por ella y a por la última de su sangre, su nieta, que debido a la impresión cayó en estado de shock. Pero el mayor de los horrores estaba aún por llegar, pues, al acercarse esos espantosos seres, se percató que entre ellos se hallaba el que fuera su hijo, el padre de la niña que protegía entre sus brazos, desaparecido unas noches antes. Cayo de rodillas llorando de rabia e impotencia por no poder hacer nada por salvar a su querida nieta, a la que arropo en su regazo y cubrió con su mantón ocultándole la visión de tan temibles seres, eran al menos unos 60 engendros. A medida que los gruñidos se acercaban más y más, cerrados los ojos y tapada por el mantón junto a la niña, rogo y rezo a sus antiguos dioses, con toda la fuerza de su voluntad, por su alma inmortal, por su niña……. Y obtuvo una respuesta.
Se dice que la anciana, tiempo después, narraría su historia anegados sus ojos en lágrimas de agradecimiento y con un brillo de fascinación que jamás decaería hasta el día de su muerte Un destellante brillo atravesó el mantón con que se cubrían, al tiempo que oyó un ensordecedor aullido de lobo, el más tremendo que oiría jamás. Terribles sonidos de lucha se entremezclaron con los guturales sonidos de los demonios: poderosos gruñidos de lo que debiera ser un lobo inmenso y el blandir de un arma al hender algo más que el aire. Al cesar estos sonidos retiro el mantón y vio la escena que no pudo olvidar en cuanto le resto de vida: entre el osario restante de los cuerpos de los demonios, vio ante ella al ser de blanco cabello. Portaba una formidable espada de la cual emanaba una purísima luz azulada que irradiaba el claro y de una belleza que dolía de solo mirarla. Ante él una figura mucho más imponente: se trataba de un inmenso lobo blanco de dimensiones descomunales, con altura en cruz que igualaba al de un árbol, y del que emanaba un aura de magia y majestuosidad sin par. Ambos tenían pequeñas heridas, pero a sus pies yacían los pedazos de los demonios.
Los dos seres se miraban el uno al otro y pudo ver como ambos inclinaban la cabeza en señal de reconocimiento. Para su fascinación, el lobo se giró hacia ella avanzando hasta ponerse a pocos metros de ella y su nieta. Sorprendentemente no sentía ningún temor en presencia de esa criatura, pues no emanaba sentimiento de hostilidad alguno hacia ellos. Pero lo más impresionante es que el lobo le hablo, con voz profunda y quebrada, como el entrechocar de rocas le dijo:
Yo soy Volk, Dios de lo salvaje. Mis hermanos los dioses no los hemos olvidado, juntos nos enfrentaremos con esas aberraciones, los demonios, ahora yo he venido a ayudarlos. Él es Lainford, el Dairu, también está aquí para acabar con ellos, él te protegerá hasta tu destino. Y recordad mortales, los dioses somos sus aliados en esta lucha, si sufren una plaga no somos nosotros sino nuestro enemigo Morgoth, ahora mi poder y magia esta con ustedes.
Dicho esto, el grandioso lobo se volvió y, tras un último saludo a Lainford, marcho del claro. Tal y como dijo el dios la anciana y la niña fueron depositadas sanas y salvas en la aldea cercana, llevando con ella la leyenda de la llegada del dios de lo salvaje y de Lainford el Dairu.